4.07.2005

Armas biológicas: breve reseña histórica (1)

La creencia de que el ser humano puede padecer enfermedades infecto-contagiosas por exposición a un ambiente insano se sumerge en la profundidad de los tiempos históricos de la Humanidad. Estas infecciones se transmitirían por “miasmas” o “efluvios malignos” que se creía desprendían los cuerpos enfermos, las materias corruptas o las aguas estancadas. Los primeros ataques “biológicos” fueron rudimentarios y posiblemente consistieron en emplear cadáveres o fómites (objetos, ropas y otros materiales contaminados) para transmitir enfermedades.
Una de las pandemias mejor documentada de peste (“Muerte Negra”, transmitida por pulgas y producida por la bacteria Yersinia pestis), comenzó durante el sitio, en el siglo XIV, del puerto genovés de Kaffa (actual Feodosyia, en Crimea, Ukrania) por los tártaros. Éstos lanzaron cadáveres de víctimas de peste, mediante catapultas, al interior de la ciudad con el propósito de que la plaga se extendiera entre los defensores y se acelerara su rendición. Los sitiados y los sitiadores sufrieron una epidemia de peste que posteriormente se diseminó, cuando los refugiados llegaron a Constantinopla y Génova, por todas las costas del Mediterráneo.
Es difícil asegurar que el origen de dicha epidemia fuesen los cadáveres de los enfermos de peste, ya que los ciclos naturales de la enfermedad se ven propiciados por las malas condiciones higiénicas y las carencias alimenticias asociadas a los estados bélicos. Kaffa era un puerto importante en las rutas comerciales que se originaban en Asia Central, zona endémica de peste selvática, y la posible transmisión natural de esta pandemia es otra de las hipótesis barajadas.
En el siglo XVIII se produjo otro ejemplo de un uso infame de la enfermedad infecciosa por motivos bélicos coloniales. Amherst, comandante de las fuerzas británicas en Norteamérica, intentó provocar una epidemia de viruela entre los indios del noroeste de Pennsylvania que eran muy poco amigos de los “casacas rojas”. Este comandante aprovechó la aparición de un brote de viruela entre los colonos para dar un regalo envenenado a los indios: las mantas y ropas de los enfermos. Se produjo un brote de viruela entre algunas tribus indias pero es poco probable que únicamente intervinieran estos fómites, ya que el mecanismo más efectivo de transmisión de la viruela es por gotículas respiratorias.
Sin embargo, el siglo XX y estos albores del siglo XXI, nos han proporcionado pruebas evidentes del uso, tanto con fines militares como terroristas, de las armas biológicas. Muchas de las informaciones no han podido ser bien documentadas y se sustentan en conjeturas; otras han golpeado tan directamente a los núcleos informativos estadounidenses que han mostrado el riesgo claro que supone la utilización de unas armas de destrucción masiva, tan difíciles de controlar, para las poblaciones civiles indefensas.
Durante la I Guerra Mundial, los servicios de espionaje alemanes utilizaron armas biológicas en países neutrales para impedir los suministros de animales de apoyo (caballos y mulas) y de alimentos (principalmente cárnicos) a las tropas aliadas. Los agentes infecciosos empleados fueron bacterias como Bacillus anthracis (productor del carbunco, mal llamado en castellano "ántrax" por los medios de comunicación) y Burkholderia mallei (causante del muermo de los caballos, transmisible al ser humano). Pero fue el empleo del gas nervioso (gas mostaza) el que propició que, en 1925, se firmara el protocolo de Ginebra para la prohibición del uso de “gases asfixiantes y venenosos” que, lamentablemente, no incluía ningún tipo de vigilancia o supervisión de su cumplimiento.

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